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martes, 7 de mayo de 2013

A tí

Se oye por las noches un rumor, un quejido de dolor.
Unos dicen que es el viento, que rabioso de no poder acariciarte mas el pelo se fue a silbar entre los arboles más altos.
Otros dicen que es fruto del mar que, cansado de ver que ya no te sumerges sola en él, choca contra las rocas intentando romperlas.
Hay quien asegura que ese quejido lo produce el fuego de nuestra hoguera que, frustrado por no necesitar ya más su calor, se deshizo en cenizas al alba.
Pero ese doloroso rumor es el llanto de la soledad que, frustrada de vernos juntos caminar, deambula sola por los rincones sin dejar de llorar.




VIII Concurso de relatos Abretelibro.com

Gallows


La oscuridad inunda el vacío que dejó la luz en esta apestosa celda. El plato de la cena sigue justamente donde anoche lo dejó el guardia, pero a diferencia de entonces está vacío. No, no pienses que soy yo responsable de la ingesta de sus alimentos que con nocturnidad y alevosía me robaron dos ratas. 


Un dolor que me recorre toda la espalda me impide siquiera intentar levantarme. Quizás el montón de paja, que hace las veces de cama, sea el responsable de mis quejas. Decido, mientras me sacudo los restos de paja de la ropa y el pelo, quedarme sentado con los ojos cerrados un rato más.

Oigo pasos cerca de mi celda, será el cambio de guardia, pensé. Al despertar presiento dos ojos observándome bajo toda la oscuridad de la celda.

- ¿Sabes quién soy?. - Preguntó una silueta. Mi cara de desconcierto me delató. - Quizá te sea desconocida mi voz, pero después del toque de campanas no serás capaz de olvidarla.

- Tienes razón. - Respondo con la garganta seca por la sed. - No sé como te llamas, pero sí sé quien eres. - A pesar de que no podía ver la cara de la silueta, pude notar sorpresa en su voz. 

- ¿Lo dices por ésto?. - Dijo levantando la capucha que llevaba en la mano derecha. - Lo volverás a ver más tarde. Cuando lo lleve puesto serás mio.

- ¿Qué has venido a buscar aquí?. - No puedo verle bien, pero lo intuyo alto y fuerte, como si tuviera que levantar la vista para poder mirarlo a la cara. 

- Lo único que quería era ver tu miedo. Esta tarde te dejaré en manos de Dios, te llevará a dar un paseo lento y doloroso hasta el infierno. Durante todo el camino, que se te hará eterno, se abrazará a tu cuello tan fuerte que no te dejará respirar por más que lo desees.

- Te veré más tarde, - siguió. -cuando te traigan a mi reino: el patíbulo. - Nada más terminar de hablar, me escupe a la cara y ríe mientras se va hacia la puerta de salida.

Al salir, intercambia unas palabras con los guardias. Lo único que puedo escuchar con claridad entre las risas es el deseo de mi visitante es que no me den agua bajo ningún concepto. Acto seguido, aún riendo, se acerca uno de los guardias con lo que parece un plato en la mano. Ese puede que sea mi último desayuno, pienso mientras el guardia cambia un plato por el otro. Al ver que está vacío, me mira con cara burlona.

- Veo que anoche tenías hambre ¿eh rufián?. Esa comida no se la comerían ni las ratas.- Ríe tras hablar, me cambia el plato y vuelve a su puesto. El olor de la comida se expande por toda la celda atrayendo a las ratas otra vez. Se me revuelve el estómago buscando algún alimento que vomitar, al estar vacío me retuerzo de dolor.

Me cuesta dormir, en mis sueños soy libre para poder pasear por prados verdes, para llevar a mi hijo a hombros, enseñarle a cazar conejos, a usar la espada y a luchar cuerpo a cuerpo. Vuelvo a casa, pero ésta vez no me detienen. Los recuerdos me traicionan, solo hacen llamar a mi puerta para que salga a jugar con ellos. ¿Cómo les explico que sus juegos me hacen tanto daño?.

Aún intento rememorar, sin éxito, cómo logré incrustarle ese palo en la cabeza a ese desgraciado al ver que intentaba aprovecharse de una niña. Cayó al suelo de inmediato, no le dio tiempo siquiera a verme. Pensé que se habría desmayado, en seguida me di cuenta de que estaba equivocado. Me agarraron por detrás inmovilizándome, no puse resistencia alguna. La gente se amontonó para observar la escena, llenos de curiosidad por ver al borracho desangrarse y cómo me llevaban preso, ¿Dónde estaba esa misma gente, cuando esa chica tanto lo necesitaba?.

Pasa el tiempo, tan sosegado que hace contraste con mi inquietud, con mis ganas de que todo sea solo un recuerdo ya. Los minutos se amotinan ralentizando la caída de la arena en el reloj.

- Ha llegado tu hora. Espero que Dios sea piadoso contigo y deje que tu muerte sea rápida, porque te aseguro que será dolorosa. - Recibo sus palabras con los ojos cerrados. Si en realidad existe un Dios, ¿por qué permite que ésto ocurra?. Voy a entrar y no quiero ninguna jugada por tu parte, de ser así no llegarás al patíbulo. Te ataré las manos y vendrás con nosotros.

Sigo con los ojos cerrados cuando entran en la celda, sólo quiero recordar a mi hijo, esos prados verdes de mis sueños. Me llevan con las manos atadas y sujeto por un guardia a cada brazo, apenas toco el suelo, ojalá pudiera volar. 

Recorro mis últimos pasos con la cabeza baja entre tinieblas y oigo la gente con sed de sangre. Intento por todos los medios mantener mi compostura, hasta el instante que veo la sombra de la soga y su nudo inconfundible, si no fuera por los guardias habría caído de rodillas.

Subiendo los escalones vuelvo a ver la capucha que me visitó esta mañana, esta vez está sobre el cuerpo de un hombre, esperándome, y podría decir que debajo de ella había una sonrisa. Nada más llegar arriba, el verdugo me tapa los ojos, no recuerdo cual fue mi última imagen, ahora da lo mismo.

Siento una soga abrazarse a mi cuello y apretarse contra mi nuca, con fuerza. La aspereza me hace daño al respirar, como una introducción al concierto que me tiene preparado la muerte. Mis pies de repente están en el aire, caigo al vacío. Me agarran por el cuello, no puedo respirar, por mucho que abra la boca el aire no llega a mis pulmones. Mis fuerzas poco a poco van menguando, lo noto, pero sigo luchando por una bocanada de aire, aunque solo obtengo oscuridad...


...


...


...



...Todo está muy oscuro, como cuando abandoné la vida, ya no tengo opresión ni tengo esa necesidad imperiosa de respirar...


...Oigo voces, tan cerca...


...-¡Milagro¡, ¡Milagro, ha movido una mano!- y tan reales...


...Solo quiero descansar, ahora que ha pasado todo, pienso y me enfado por no haber pensado en mi hijo en el último momento. Mi único deseo es respirar, aliviar esa presión en el cuello que me ahogaba...


... - Parece que tiene pulso, y tiene aliento, ¡Milagro!, ¡Milagro hermanos! - Oigo la voz de una mujer...


... ¿Aún puedo oír lo que pasa a mi alrededor?, ¿Dónde estoy?...


... -Tranquilo hermano, estamos aquí para cuidarte, no temas. - Dice una silueta femenina dirigiéndose a mí...


...La luz me ciega, pero pronto puedo distinguir unas siluetas difuminadas, ¿acaso serán ángeles que me dan la bienvenida?...


Pero, ¿sigo en la tierra?, mis ojos tardan en adaptarse a la luz. Nada más abrirlos veo un féretro y un montón de gente que me rodea y me mira sorprendida. ¿Sigo vivo?, no puedo creerlo, que ha pasado, ¿acaso me han salvado?. Las siluetas que confundí con ángeles, se han convertido en hermanas de la caridad que se encargan de los cuerpos después de las penas de muerte. Me dirigían al féretro pensando que había abandonado este cuerpo. 

- Ahh.- Consigo decir -Aguaaa – más un susurro ronco que una voz humana. 

Una de las hermanas me acerca a la boca un vaso y me lo bebo de un trago, la mitad ha ido a parar por mi cuello, que al entrar en contacto con las heridas que me ha dejado la soga, me escuece, pero lo único que consigue es que me sienta vivo, ¡vivo!.

Se oye a la multitud murmurar sobre mi, unos piden a gritos que me vuelvan a ejecutar. Las mujeres me miran con pena, no se atreven quizás a hablar por haber tanto hombre delante. 

- Señor Juez, no hay derecho, este hombre debe morir como su víctima lo hizo. - Dice una voz entre la multitud.

Miro a mi alrededor y veo con miedo el patíbulo, con el verdugo en lo alto, mirarme fijo, incrédulo. Bajaba los escalones en mi busca, como quien acaba de encontrar al demonio hurgando en su jardín. 

- ¡No, clemencia hermanas, clemencia!. - Hubiera gritado si mi voz no sonara tan ronca.

Nada más llegar a mi lado me golpea con su puño en mi estómago. Sin tiempo para llegar a doblarme, me vuelve a golpear pero esta vez en la cara tumbándome en el suelo. Me agarra del pelo apremiándome para que me levante y llevarme de nuevo a la soga. De entre el público se oye una voz que hace callar a todas las demás.

- ¡Alto señores! - Es la voz del Juez que condenó.

El silencio ocupó su espacio entre la multitud, se le veía pasear desde el fondo hasta que llego a la primera fila para observar mejor la escena. El juez se acercó a nosotros, y recé para pedir que por favor no me ahorcaran otra vez. 

- Este miserable ha cumplido ya la pena que le fue impuesta. Ha sido ahorcado, por lo tanto ahora es libre. 

La idea no pareció gustarle a la multitud tanto como a mí. Podía oír sus deseos de muerte que solo consiguen que quiera huir. Los ojos del verdugo estaban inyectados en sangre mientras me empuja la cabeza y caigo de rodillas delante del juez. 

- Sólo hay una condición que pongo a tu libertad y a tu vida. - Prosiguió el juez. - Serás desterrado de este pueblo y los cercanos. En caso contrario no habrá indulto posible para que vuelvas a subir a ese patíbulo. Ahora los guardias te ayudarán a llevarte a los límites del poblado y espero no volverte a ver jamás en la vida. ¿Entendido?.- Concluyó el juez.


- Entendido, gracias señor.- Conseguí decir con mi ronca voz, tocándome las heridas que me harían recordar la escena.

La multitud abrió un pasillo para dejarnos paso a los guardias y a mí. Mis pasos eran tan lentos como cuando me llevaban a la muerte, pero ahora mi mirada solo buscaba la libertad.


- Dados los hechos ocurridos, solo veo un culpable.- Empezó a decir el juez a mi espalda, obteniendo otra vez la atención del público. -No es posible que ésto vuelva a ocurrir y la única solución que veo plausible es que sea condenado el verdugo, por su falta de profesionalidad y dejar un condenado vivo. ¡Guardias, detengan a ese señor!

Hacen falta tres guardias para que la detención del verdugo no resulte inútil. Lo conducen al patíbulo con las voces de la gente, que hoy verán dos ajusticiados cuando esperaban a uno solo.

Pedí a los guardias que aceleráramos el paso, aunque una parte de mí quería ver la ejecución, otra más imperiosa solo deseaba llegar a casa para poder abrazar a mi hijo.



miércoles, 1 de mayo de 2013

Relato publicado en "Saborea la locura" del MADTerrorFest 2013


HELLS BELLS

Tarde del 11 de noviembre de 1899. Parece que la oscuridad tiene prisa por llegar. El sol bosteza en el horizonte y la noche le gana la batalla al día. Las calles se llenan de soledad y de tal silencio que casi se puede oír como golpea la nieve en la tierra.
Mientras, James H. cierra las puertas del camposanto. El chirrido de las puertas recuerda a los últimos visitantes que si se despistan quizás las ánimas que allí habitan vengan a pedirles limosna. A sus 68 años, con más de 30 a sus espaldas entre esos muros desde que llegó con su padre, está convencido de que su labor es la de guardar la paz de los muertos y en ocasiones la de los propios vivos.
Cerradas ya las puertas del cementerio, nuestro sepulturero camina despacio por las calles, retira flores secas de los nichos y algunas tumbas. Parece como si llevara el peso del mundo encima de sus hombros. Acelera el paso para evitar gastar otra vela, se hace de noche, y empieza a tener frío.
Un sonido cruzó la oscuridad hasta atravesarle los oídos, el leve tintineo de una campana le erizó la piel. Era imposible, ese día no habían enterrado a nadie, pensó. Encendió una vela y salió buscando el origen de aquel sonido imposible. Con el candil en una mano y la pala en la otra, pues ese ruido solo significaba una cosa, recorrió las calles alumbrando las lápidas llenas de nombres que ya nadie pronuncia.
Persiguió el sonido por el laberinto de lápidas hasta una tumba que disponía del nuevo invento belga, el detector de enterramientos prematuros. Sin pensarlo más, empezó a arrancar la tierra del suelo, de fondo la campana no dejaba de sonar, la ansiedad y el peso de la pala hacían que le dolieran los brazos y que su respiración se entrecortara. Sólo podía pensar en salvar la vida a ese ser humano que había despertado en medio de la oscuridad, sin apenas aire que respirar ni espacio para poder moverse.
Apartaba la tierra mientras que la nieve intentaba obstaculizar su deseo. Parecía que jamás iba a aparecer nada que no fuera tierra y nieve. De pronto, notó una superficie dura, sintió la caja de madera que le separaba de la víctima. Tiró la pala para acabar de retirar con sus manos, las que en su día fueron las primeras paladas de tierra que taparon la caja.
Gritaba, y no dejaba de hablar para que supiera que estaba ahí, encima de su caja, que lo iba a sacar de su calvario. Consiguió abrir la caja, no sin esfuerzo ya que tenía las manos ensangrentadas y llenas de tierra. Cuando cogió el candil alumbró el interior del ataúd, recorrió la caja de arriba a abajo con el candil. Sus ojos buscaban un atisbo de vida, buscaban pero no hallaron más que un fúnebre vacío.
No es posible , se repetía mientras alumbraba hasta el último rincón, he oído sonar la campana de este maldito invento ¿Cómo es posible?, ¿Acaso me estoy volviendo loco?. Salió del agujero desconcertado, se limpió la tierra de los brazos y del cuerpo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que con la prisa de sacar al enterrado, no se paró siquiera a ver la lápida. Al verla leyó:



James Herbert Oz
16/1/1831 – 11/11/1899


¿Quién le gastaba esta broma macabra?. Su cerebro se paralizó del horror, en un segundo que parecieron mil años. La respiración parecía haber dejado de existir, los ojos se negaban a ver lo que estaban mirando, las manos dejaron de ser suyas y el candil se hizo añicos contra el suelo. Las piernas se bloquearon ante la idea de huir cuanto antes.
Cuando el cuerpo le respondió, la respiración parecía quemarle la garganta, su mirada solo buscaba cualquier sitio lejano de allí.
Corrió cuanto pudo por las oscuras calles llenas de lápidas, sorteando, agónico, obstáculos que se interponían en su huida hacia la salvación. El sudor recorría todo su cuerpo y la sensación de pánico se adueñaba de sus pensamientos. Un aliento helado le seguía de cerca nublando todos sus sentidos.
Resulta curioso lo frágil que es a veces nuestra vida, sólo hace falta un segundo para acabar lo que nos ha costado tanto alcanzar. En ocasiones un descuido, un despiste o como en este caso, un tropiezo pueden acabar con los latidos de nuestro corazón.
Una piedra se interpuso en su camino. El resultado fue fatal, la pierna le dolía tanto que no podía siquiera ponerse en pie. Se vio obligado a arrastrar su cuerpo para intentar llegar al calor de su caseta. Deseaba con todas sus fuerzas tener una campana como la que había oído momentos antes, para llamar la atención de alguien. Sabía que aún así sería casi imposible que alguien le oyera.


La nieve caía sobre su cuerpo. Las manos le dolían a causa del frío y poco a poco ese dolor se extendió por el resto del cuerpo, tal y como hacía un momento lo había hecho el miedo.
Fue una mañana blanca, la primera nevada del otoño cubrió los perfiles de la ciudad. Cuando el sereno encontró a James solo vio una mano que sobresalía de la nieve y sujetaba, cuál tesoro, una campana dorada...