Llegado ya a mi actual edad, fui consciente que por mucho tiempo que estuviera
cavando, jamás encontraría el tesoro prometido de tantas historias que nos
contaban de niño.
Como pasa a veces cuando cesamos en la búsqueda
de lo anhelado, tropezamos de bruces con los que buscamos, quizás estaba ahí
antes y no lo viéramos o quizás al salir del foso cavado empezamos a mirar para
otros lados.
Te sentía, te observaba de reojo, podía ver el
calor que la llama encendida en tus ojos calentaba cierta esperanza. Ciego de
mí, que no me di cuenta de la luz que alumbraban tus ojos hasta que poco a poco
observé que mi corazón aprendió a latir al mismo ritmo que el tuyo.
Y en noches tranquilas y silenciosas como esta,
si escuchas bajito se oyen unas notas, en forma de dos corazones latiendo, que
juntándolas se puede identificar una hermosa melodía. Una melodía que solo
podemos oir tu y yo cuando juntamos nuestros corazones. Daría lo que fuera, todo
lo que tengo para seguir oyendo esa melodía que nos destina a compartir por
siempre jamás nuestros corazones.