Dulces
sueños
–Buenas
noches corazón –La voz sonó dulce y pausada, como siempre.
–Buenas
noches mamá. –Respondió Martín bajo las sábanas.
Al
salir cerró la puerta despacio, estrangulando la luz que entraba del
pasillo hasta hacerla desaparecer dejando la habitación inundada de
oscuridad. Sus ojos, sin embargo, se negaban a cerrarse y su cerebro
repasaba cada momento del día que acababa ya. Despertarse,
desayunar, correr para el bus, ir al cole, estudiar y aguantar
charlas hasta volver a casa, cada día igual.
En
esos pensamientos estaba cuando unos golpecitos en la ventana, bañada
por la luz de la luna, le devolvieron a la realidad de la habitación.
“Quizás sea un ave perdido o un murciélago”, pensó algo
asustado. El ruido no cesaba y no quería abandonar la seguridad que
sus sábanas le proporcionaban. La curiosidad le empujó literalmente
de la cama y, sin saber cómo, se encontró de pie, andando hacia el
origen del ruido. Miró por la ventana para comprobar que la ciudad
seguía ahí, que los carteles luminosos de los garajes seguían
llenos de mosquitos, que las farolas no se habían quedado sin luz y
bañaban de luz las calles. Abrió dejando entrar una fresca brisa
que le produjo un escalofrío.
–Buenas
noches Martín –Se sobresaltó al notar que la voz provenía desde
dentro de la habitación.
En
efecto, en su habitación había un hombre alto, de cabellos oscuros,
voz grave que le saludaba con la mano. Tras retirarse unos pasos
comprobó que llevaba un traje de color amarillo y azul, una capa
azul que ondulaba detrás de sus brazos en jarra, pose habitual de
cualquier superhéroe. Una máscara le tapaba la cara sin poder ver
más allá de sus ojos.
–Tranquilo
–repuso el hombre al ver a Martín apartarse asustado –Nunca te
haría daño.
Martín
observó cómo el extraño cogía uno de sus libros de la estantería
y lo examinaba con sumo cuidado para después volverlo a colocar en
su sitio.
–Tienes
una colección muy buena de cómics –dijo el extraño sin levantar
la vista del libro.
–¿Quién
eres y por qué vas vestido de esa manera tan rara? –preguntó
Martín tratando de no parecer nervioso.
–¿No
te gusta? –respondió mirándose la ropa, como si de repente
descubriera su extraña manera de vestir.
–Pareces
un superhéroe de cómic.
–Será
porque lo soy –respondió usando la misma pose con los brazos en
jarra. Seguro que era su preferida, con la capa volando al son del
viento–. Mi nombre es Hipnosis y mi deber es cuidar que no te pase
nada.
Una
parte de Martín estaba impresionado: ¡Un superhéroe! Todos esos
libros repletos de aventuras se convertían ahora en una realidad
delante de él. Cuantas veces había deseado ser uno de ellos y poder
volar, divisando la ciudad y arrestar a los malos.
–¿Qué
haces aquí? –preguntó Martín.
–Solo
será un momento –respondió mientras se agachaba para mirar debajo
de la cama–, nada por aquí...
–¿Qué
haces?
–Compruebo
que no hay monstruos que molesten tus sueños –Abrió el armario
para, tras inspeccionarlo, volver a cerrarlo. Quitó la ropa de la
silla, que formaba una sombra algo sospechosa en la pared–. Ya
está. Nada te perturbará esta noche, está limpio.
–Mi
madre se enfadará si te ve aquí.
–No
podrá verme y si viene te verá acostado. Compruébalo tú mismo
–dijo mientras señalaba la cama.
Martín
se acercó a la cama y allí pudo ver su cuerpo tumbado. Comprobó
cómo su propio pecho subía y bajaba al compás de la respiración
relajada.
–¿Cómo..?
–Su cara de incredulidad miraba ahora la cama, ahora a Hipnosis sin
poder entender.
–Tranquilo,
todo esto que ves es tu propio sueño. Estás dormido y soñando
conmigo. Por eso estoy yo aquí, para protegerte de tus pesadillas y
duermas tranquilo.
Martín
se sentía desconcertado. Se pellizcó y no lo sintió, debía ser un
sueño entonces.
–Me
ha contado un pajarito cuál es uno de tus deseos más grandes. Si
vienes conmigo podrás hacerlo realidad, podrás volar.
Martín
dudó un segundo y Hipnosis aprovechó para abrir a la ventana.
–Si
dudas nunca sabrás qué se siente –dijo con una sonrisa socarrona
mientras se encaramaba a la ventana–. Tendré que irme volando,
solo...
Sin
mediar palabra, Martín le tendió la mano y salieron volando por la
ventana. Su cara debía de ser un poema, no podía creer que
estuviera volando. Su mamá se iba a enfadar mucho si se enteraba, no
llevaba una muda limpia.
La
ciudad por la noche estaba llena de luz. A diferencia del día, ésta
provenía del suelo y el cielo únicamente se podían ver estrellas
suspendidas sobre un negro perfecto. Notaba la fuerza que le imprimía
los brazos de su compañero y un calor suficiente para surcar la
Antártida si hiciera falta.
–¿Dónde
vamos? –gritó Martín.
–Vamos
a un sitio que te va a encantar, disfruta el viaje y no te preocupes
por nada más.
Sobrevolaron
lugares que no sabía siquiera que existían. Le fascinaban las luces
de colores que acompañaban a las sirenas, las sombras que jugaban
bajo las luces de las farolas. Podía observar las pocas personas que
paseaban por la noche sin que supieran siquiera que él estaba
volando sobre la ciudad.
Hipnosis
bajó en picado sin avisar siquiera a Martín, que se llevó un susto
tremendo. Durante todo el descenso mantuvo los ojos cerrados,
esperando quizás chocarse contra el suelo hasta que todo se paró en
un instante. Al abrir los ojos comprobó sin duda que estaban en
tierra firme. Un estanque con fuentes y nenúfares rodeado de
palmeras altas, con las hojas rozando el cielo, les dio la
bienvenida. Sin duda era el parque central.
–¿Sabes
ya dónde estamos, Martín?
–¡Sí!
Es donde veníamos a pasear papá y yo hace tiempo, antes de...
–Lo
sé –interrumpió Hipnosis–, por eso te he traído aquí, sabía
que a pesar de todo te gustaría.
Martín
aguantó las lágrimas y se tragó esa sensación que le apretaba la
garganta. Los recuerdos eran difíciles de retener y más en aquel
parque donde todo empezó.
–Sé
que tu mamá y tú lo estáis pasando mal, es normal. Todo pasa mi
niño. Verás como muy pronto todo esto será un mal recuerdo.
–Ayer
hice un dibujo en clase y al llegar a casa lo puse en la nevera, para
que lo viera mamá. Estuve esperando todo el día a que llegara y se
sintiera orgullosa de ver lo que había dibujado.
–No
lo vio, ¿verdad? -Hipnosis siguió con la mirada la lágrima que
descendía por la mejilla de Martín. Tenía que cambiar de tema –¿Te
gustan los patos?
Martín
afirmó moviendo la cabeza, no quería que su voz sonara temblorosa.
El
agua del estanque empezó a dibujar ondas sobre su superficie,
distorsionando así el reflejo de la luna y las estrellas. Una brisa
recorrió el parque moviendo suavemente las hojas de las palmeras,
dirigiéndose hacia el agua, como un animal sediento.
–¡Hágase
el milagro! –La voz de Hipnosis sonó como una orden.
Detrás
de la brisa, desde el cielo, aparecieron uno tras otro una fila de
patos. Descendían formando una espiral hasta seguir con la fila en
la superficie del agua. Danzaban en el agua, nadando en círculos,
formando siluetas en el centro del estanque.
–Mira
lo que son capaces de hacer para que les des de comer –Hipnosis
sacó de su capa una bolsa de palomitas–. Mejor vamos al centro del
estanque, ¿vienes?
Agarró
de la mano a Martín y saltó la pequeña barandilla que separaba el
estanque. Martín no podía creer que estuvieran ahora andando sobre
la superficie del estanque. Rodeados de patos, caminaron hasta la
fuente del centro. Allí alzaban la mano y los patos se elevaban para
coger su preciado regalo y volver al agua. Martín estaba fascinado
con todo lo que veía. Acabó la bolsa y los patos hicieron una
reverencia para acto seguido volver a alzar el vuelo, esta vez con el
estómago lleno.
–Les
has caído bien –dijo Hipnosis–. Conmigo no se alegran tanto.
Con
la cabeza baja, Martín caminaba sobre el agua dirección a la
barandilla. A pesar de lo que acababa de ver, se sentía triste.
–Todo
esto es precioso, Hipnosis, pero mañana cuando despierte todo
volverá a ser igual, volveré al colegio, a ser ignorado por mi
madre. Vamos, que volveré a estar solo. Ojalá pudieras venir
conmigo.
–No
puedo–dijo Hipnosis, poniéndose de rodillas para estar a su misma
altura–. Yo pertenezco al mundo de los sueños y la vida es para
vivirla, no para soñarla. Cuando tengas algún problema o bien te
sientas solo piensa que aunque no me veas yo estaré contigo.
¡Mírame, soy un superhéroe! Tengo el súper poder de la
invisibilidad. Nunca volverás a estar solo.
Al
ver su cara de tristeza, se le ocurrió una idea que seguro le iba a
animar.
–Cierra
los ojos, nos vamos de nuevo.
–¿Volvemos
a volar? –preguntó Martín sonriendo esperanzado.
–No,
no es necesario. Tú cierra los ojos y soñarás que viajamos.
–Pero,
¿no estoy soñando ya?
–Sí.
Los sueños son como esos libros y cómics que habitan en tu
habitación, no existen límites en tu imaginación. Puedes recorrer
miles de kilómetros o viajar a la luna sin siquiera salir de tu
cama. Vivirás mil vidas, tantas como libros puedas leer.
–Está
bien –dijo Martín cerrando los ojos-. Avísame cuándo lle...
–Abre
los ojos –interrumpió Hipnosis.
Sorprendido,
pudo comprobar que el parque había desaparecido y en su lugar se
encontraba un pasillo con muchas puertas a ambos lados, mal
iluminado, limpio y pulcro. Con colores suaves y un olor muy
particular que le recordaba a las medicinas, a la ropa de mamá.
–Estamos
en un hospital –La pregunta se convirtió en una afirmación para
Martín.
–Correcto
–afirmó Hipnosis.
Las
puertas de las habitaciones estaban cerradas. Las lámparas
iluminaban a media luz e incluso algunas estaban apagadas. Al fondo
se podía ver la silueta de una persona vestida con pijama blanco y
llevaba un carro. Iba de cuarto en cuarto, visitando las
habitaciones.
–Esa
mujer se parece... –susurró Martín con los ojos arrugados
intentando ver en la media oscuridad.
–Vamos
a comprobarlo. Tranquilo, no nos verá –dijo Hipnosis calmando a
Martín –. Somos invisibles ¿recuerdas?
Se
acercaron silenciosamente, tratando de ser lo más sigilosos posible.
A cada paso que se acercaban comprobaba que esa forma de andar, esos
rizos y esa silueta no podían ser de otra persona más que su madre.
Desprendía un aroma que solo podían producir las diosas del Olimpo,
una sonrisa que desarmaría cualquier argumento, una belleza de
movimientos que enamoraría a cualquier hombre y una voz que
embaucaría a las sirenas.
–Es
guapa ¿verdad?
–La
más bella que haya visto jamás –respondió Hipnosis embelesado.
–Mi
papá la quería mucho –Bajó la cabeza así como la voz a medida
que hablaba–. Siempre le decía que se merecía lo mejor del mundo
y que por eso nací yo.
–De
ti depende ser lo mejor que le ha ocurrido en toda su vida, aunque
seguro que está muy orgullosa del hombrecito en el que te estás
convirtiendo.
–No
lo sé, siempre está muy atareada. Apenas tiene tiempo y cualquier
cosa que hago siempre parece sentarle mal.
–Mírala,
es difícil vivir su vida, créeme. A pesar de tener un hijo
estupendo como tú, no tiene tiempo suficiente para verte crecer,
perder a tu papá fue un trago muy duro. Gasta su tiempo trabajando
mucho para poder darte todo lo que necesitas y sin embargo conserva
esa sonrisa tan preciosa.
Ambos
la seguían con la mirada mientras en el pasillo preparaba las
bandejas. Se la veía cansada pero entraba a cada habitación con una
felicidad contagiosa.
–Hola,
buenas noches y bienvenidos al “hospitel” del mar –Siempre
entonaba la misma cantinela al entrar en una habitación–. Lo sé,
preferirían estar en casa, pero no hago visitas a domicilio.
Hasta
a ellos mismos les consiguió contagiar esa felicidad. Los pacientes
del “hospitel” la admiraban y deseaban verla aparecer cada vez
que la puerta se abría. Era una corriente de brisa fresca en un
caluroso día.
La
siguieron algunas habitaciones más, puerta tras puerta, hasta que la
luz del sol se asomaba por las ventanas.
–Martín,
es hora de despertar –dijo Hipnosis.
–¿Cómo?
¿Ahora? No, quiero estar con ella.
–Cuando
despiertes lo estarás. Cuídala como ella cuida de ti. Solo os
tenéis el uno al otro.
–¿Dónde
irás tú cuando despierte? –preguntó Martín con cierto
desconcierto.
–Te
contaré una cosa. No se lo digas a nadie o dejará de ser un
secreto. ¿Entendido?
–Entendido
–respondió Martín intrigado.
–Cada
miedo que te acompaña a la cama, en tus sueños se convierte en un
monstruo. Por mucho que yo luche contra ellos aquí, tienes que hacer
lo mismo tú mientras estés despierto. Procurar que no te acompañen
a la cama. Yo estaré a tu lado, aunque no me veas, nunca te dejaré
solo, pero tienes que vencerlos tú, si no, no te dejarán vivir. Es
hora de despertar.
Martín
sintió como algo le removía de repente, como si le agitara sin
poder moverse más.
–Es
hora de despertar, Martín. –Era la voz de su madre, como si
viniera desde el fondo de un pozo.
–¡Hola
mamá! –respondió Martín dándole un abrazo enorme– Hoy el
desayuno lo hago yo. Tú siéntate a ver la tele o a leer, yo me
encargo.
–¿Qué
te ha picado hoy? –preguntó su madre sin entender nada de lo que
estaba pasando.
Se
levantó raudo y veloz hacia la cocina. Hizo el café, calentó
tostadas y exprimió naranjas inundando de aromas seductores a
cualquier apetito. Cargado con una bandeja apareció por la puerta
del salón donde mamá le esperaba sentada en el sofá.
–¿A
qué se debe el placer hijo?, ¿acaso es mi cumpleaños? –preguntó
mamá intrigada.
–A
que tú te mereces lo mejor del mundo –respondió mirándole de
reojo.
Esa
frase le hizo un nudo en la garganta a ambos. Se levantó su madre y
esta vez fue ella quien le respondió con abrazo que casi le deja sin
respiración.
–Por
eso naciste tú –Le susurró ella al oído mientras una lágrima
corría por sus mejillas.
El
día se presentaba estupendo. Tras el desayuno fueron al parque y
dieron de comer a los patos, pasearon entre las palmeras, sobre las
luces y las sombras que se dibujaban en el suelo. Dejaron a un lado
la inercia de vivir día a día. No recordaban la última vez que
habían pasado un día juntos. La tarde les ofreció un paseo a la
orilla del mar, con los pies mojados, el olor salado y la brisa que
acariciaba sus manos unidas.
–Quiero
que todos los días sean así, mamá, a tu lado.
–Yo
también Martín, yo también.
Cayó
la noche y con ella los vientos que hielan la piel. En casa la cena
ya está acabada y a Martín se le cierran los ojos. Acabaron
dormidos madre e hijo bajo la misma sábana, bajo los mismos sueños
sin pesadillas.
***
Años
después, Martín pagaba sus propias facturas y lo hacía con lo que
mejor supo hacer siempre: dibujar. Sus dibujos se podían admirar en
muchos cómics diferentes. Su estudio estaba repleto de aquellos
sueños plasmados en colores diluidos con un fondo blanco. Su
personaje más famoso era SuperHypnos, un superhéroe que cuidaba de
los sueños de los niños. Les ayudaba a crecer, a madurar a través
de la calma y la imaginación que se desarrolla tras sus ojos
mientras duermen.
SuperHypnos
vestía capa azul, máscara amarilla donde solo se le podían
adivinar unos ojos del color de un mar de esmeraldas. A los niños
les encantaban sus historias donde vencía, no sin sufrir antes, a
todos los horrorosos monstruos que desfilaban por los sueños de los
más pequeños.
La
noche había sido dura. Los plazos de entrega eran lo peor de su
trabajo, sin duda. Esa presión a la que le sometían era quien
cerraba la puerta a su creatividad. Pero cada página terminada era
una batalla vencida. El guerrero merecía descansar.
Sus
pasos acabaron al pie de la cama, donde se metió y abrazó la
espalda de Esther, que le cogió la mano. Se dejó dormir sintiendo
su calor y su respiración.
Un
ruido en la ventana le despertó. «Esto me suena», pensó tras
levantarse a abrirla. Entró el aire fresco de la noche.
–Cómo
has crecido –dijo una voz, que reconoció enseguida, tras él.
–Tú
sin embargo sigues igual, no pasan los años por ti.
–Ya
sabes, vivir en los sueños no envejece.
–¿Hoy
no revisas mi habitación en busca de monstruos? –preguntó Martín
mientras cerraba la ventana.
–Ya
eres una persona adulta. Ya es hora que seas tú quien busque los
monstruos en la habitación de algún pequeño.
–Llevo
años buscándote en mis dibujos, en mis libros, en mis sueños y
nada. Ahora te presentas aquí para qué, ¿despedirte?
–Puede
ser. Nunca me gustaron las despedidas y sé que a ti tampoco.
–La
verdad es que no –Martín se sentó en la cama– He hecho de ti,
de mi imaginación la manera de ganarme la vida. Todos los niños
sueñan contigo, con ser tú y ahora vienes a decirme que te vas. No
es justo.
–Ni
la vida, ni los sueños son justos.
–Creo
que te echaré de menos. Todos estos años lo he hecho.
–Antes
de irme –dijo Hipnosis avanzando un paso hacia Martín–, quería
hacerte un regalo para que, aunque no me eches de menos, no me
olvides. Ahora, cierra los ojos.
Martín
le hizo caso. Con los ojos cerrados podía sentir cada movimiento que
hacía Hipnosis. Sintió cómo deslizaba algo y se lo ponía en su
propia cara. ¡Era su máscara!
–Ya
puedes abrirlos, pero hazlo despacio.
Como
un niño, volvió a obedecerle y poco a poco pudo ver un redondo
mentón bajo unos marcados pómulos y una nariz chata. Sus ojos
reflejaban el color de un mar de esmeraldas.
–Desde
el principio sabía que eras tú –dijo Martín aguantando el nudo
que le oprimía la garganta.
–Mi
sueño solo era verte crecer. ¿Qué padre no quiere lo mejor para su
hijo? Ahora es hora de despertar.
–¡No!,
no quiero despertar. ¡Ahora no!
–Es
hora que tú seas otro superhéroe y que cuides la vida de esa
criatura que traéis en camino. De sus noches ya me encargo yo.