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sábado, 7 de diciembre de 2013

A la sombra de un sauce

A LA SOMBRA DE UN SAUCE

Las llamas lamían el cielo del bosque como si de un caramelo en la boca de un niño se tratase. Los animales procuraban huir de una muerte segura, se oían sus ruidos, sus lamentos y sus pisadas tan cerca que podría tocarlos. Soplaba el viento intentando sofocar el fuego. Los árboles, impotentes, se convertían en antorchas iluminando la oscura noche, se les podía escuchar pidiendo ayuda mientras el fuego masticaba sus ramas. Las hojas caían al suelo ardiendo como en un otoño infernal.  En un pestañeo todo se convirtió en cenizas.
No llegaba suficiente aire a sus pulmones. El corazón de Arthur amenazaba con salir disparado por la boca al bombear sangre por sus arterias. Solo quería correr y llegar a casa. Podía verla al fondo, inundada en llamas. No existía el techo y las paredes amenazaban con derrumbarse. El calor era insoportable .
Por más que corría con todas sus fuerzas, no conseguía avanzar ni un solo paso. Su impotencia crecía, sus piernas le dolían y su garganta le quemaba como si hubiera bebido licor barato. Esquivaba los árboles en llamas cuando sintió que una mano le retenía impidiéndole avanzar. Extrañado giró sobre si mismo para verse reflejado, con las llamas de fondo, sobre la visera del casco que llevaba puesto un bombero.
–Lo siento señor. No hemos podido hacer nada.– La voz se deshizo como copos de nieve sobre el asfalto.
Se incorporó de un salto en la cama. El sudor le empapaba toda la cara y, como le había ocurrido anteriormente en el sueño, le faltaba el aire. Recordaba bien el sueño,el mismo que noche tras noche le martirizaba. Miró por la ventana, tras la oscuridad de la noche sabía que se escondían sus árboles, su huerto y su jardín de sauces llorones, compuesto por tres sauces, constituían un cuadrado al que le faltaba una esquina, es decir un triángulo. «Voy plantándolos poco a poco, seleccionando los árboles para que crezcan incluso cuando yo no siga aquí», solía decir cuando le preguntaban.
           
Última hora: tres hombres de edades comprendidas entre los 34 y los 48 años, han desaparecido sin dejar rastro en la montaña, cerca de su casa. Nos cuenta los detalles Kiara Johnson. Adelante Kiara:
–Hola a todos. En efecto y por desgracia tienes toda la razón. En estos momentos se está procediendo al peinado de la zona sin apenas resultados. Los familiares y amigos de los desaparecidos, así como la guardia local, están esperanzados en encontrarlos sanos lo antes posible. Según nos informa el portavoz de la búsqueda, por ahora no han podido esclarecer las circunstancias que han favorecido a la desaparición de estos veteranos. Perdone caballero, ¿Puede decir su nombre?
–Sí, señorita, me llamo Arthur –respondió una voz en la pantalla.
–¿Conoce usted a los desaparecidos?
–No señorita. Quizás los conozco de vista, pero servidor no tiene demasiados amigos en el pueblo. Disculpe, tengo algo de prisa.
–Gracias por su colaboración. A continuación verán en sus pantallas sus nombres y sus fotografías, cualquier ayuda será bien recibida: John Smith de 34 años, Joseph Menguele de 38 y Michael Moore de 48 años de edad.

La imagen del televisor se convirtió en un punto en el centro de la pantalla para luego desaparecer sin más. No le gustaba quedarse dormido con la televisión puesta, pero odiaba que le despertara su sonido y más cuando le habían entrevistado a él. Tras una ducha para apartar las pesadillas de su mente, se dispuso a afeitarse. Pensaba que jamás dejaría de tener ese sueño, como jamás perdería de vista las cicatrices de su cara.
Era aún de noche, lo sabía, podía oír a los búhos fuera. Se sirvió un vaso de leche y salió de la casa en dirección hacia la cabaña. Como de costumbre, se paró a mirar el correo. Todas las cartas eran facturas a su nombre: Arthur Miller.
Todavía sentía el sudor frío que le había producido la pesadilla. Esa maldita frase que le cambió la vida: «No hemos podido hacer nada por ella» se repetía en su cabeza todas las noches, visitándole en cada uno de sus sueños convirtiéndolos en la misma pesadilla de siempre.
Abrió el candado y la cerradura de la puerta de la cabaña. Al encender la luz, encontró a su rehén atado de pies y manos, con los ojos tapados y la boca tapada con un pañuelo, tal y como lo había dejado.
–Hola Michael. Voy a quitarte la venda de los ojos y si te portas bien te quitaré la que te tapa la boca. ¿Entendido?
Michael solo pudo hacer algo parecido a un gruñido, al que Arthur entendió como un sí. Al destaparle los ojos apartó la mirada, como si la propia luz le quemara las retinas. Pasó un rato hasta que se habituaron las pupilas.
–Tranquilo Michael –Al ver su cara de extrañado, comprendió que quizás no lo conocía–. Llevo siguiendo tus pasos hace años, desde aquel fatídico día en que tú y tus amigos prendisteis fuego al bosque donde La Solana. ¿Recuerdas? Sí, yo por entonces vivía allí con mi esposa.
Tras dejar la taza con leche en la mesa, le quitó la mordaza a su rehén para dejarlo hablar.
–Creo que se equivoca –Su respiración le impedía decir dos palabras seguidas–.  No sé siquiera de que me habla. Yo solo iba de pesca con unos amigos
–Calla y escucha o volveré a taparte la boca –No le quedó más remedio a Michael que hacer lo que le decía–. Esa noche, como algunas otras, salí a pescar a un pantano. Dejé a mi mujer, acompañada de nuestro perro, tras la cena. Horas después, al volver, lo primero que pude ver fue la claridad en mitad de la noche. Los guardias, tras decirles que mi casa estaba allá arriba, me dejaron pasar. Mi casa ardía y con ella toda mi ilusión, todos mis planes, todo se convertía en cenizas.
El silencio inundó entonces el habitáculo. Arthur, intentaba buscar las palabras exactas.
–Al llegar a la puerta –siguió–, los bomberos estaban intentando apagar las llamas del techo pero el viento no ayudaba mucho. En un descuido conseguí adentrarme en la casa y di voces llamando a mi mujer. Nadie respondió, ni siquiera nuestro perro.
Mientras escuchaba, Michael intentaba desatarse, pero solo conseguía rasgarse las muñecas.
–Lo siguiente que recuerdo es a los bomberos. Me dijeron que no habían podido salvarla. Encontraron su cuerpo junto a la de nuestro perro, jamás la abandonaba.
Arthur se sentó en una silla, justo enfrente de Michael. Estaba claramente dolido, pero parecía no escuchar ninguna palabra de su rehén.
–Después de aquel día, solo me quedaba la memoria de mi esposa y estas cicatrices –Hizo una pausa para dar un trago de su vaso de leche–. Viajé mucho, buscando huir del dolor de haberla perdido, pero ese dolor siempre viajaba conmigo. Durante todo este tiempo he pensado cómo iba a hacerte pagar todo el daño que me hiciste, a mi mujer y al bosque.
–¡No, no me mates, por favor, no me mates, te lo ruego!
Arthur seguía hablando mientras oía las palabras de su rehén.
–Tras perderlo todo, solo pude viajar. Intentar olvidar a través de la distancia, visitando lugares del mundo que muchos dirían que ya no existen. El tíbet, por ejemplo, donde tienen un ritual con sus difuntos cuanto menos sorprendente. Después de tres días guardando al difunto, rezando por él para que se reencarne en otro ser vivo, lo llevan al monte donde dan de comer su cuerpo a los buitres. Lo denominan «entierro en el cielo».
Michael negaba con la cabeza cada palabra que oía. No entendía como ese hombre conocía el secreto que llevaba tantos años guardado.
            ¿Cómo iba a olvidarlo? Solo el hecho de rememorar el fuego le excitaba. Sentía su sangre correr por sus venas, recorriendo todo su cuerpo hasta llegar a las paredes del corazón con cada latido. Incluso ya desde pequeño ya tenía esa sensación de asombro y fascinación al ver las llamas donde su abuelo calentaba la comida. Aunque jamás lo reconocería, jamás permitiría ya que encerrado no le dejarían admirar el fuego.  Es imposible que lo supiera. Siempre utilizaba temporizadores naturales, que con el tiempo había aprendido a fabricar, para distraer las posteriores investigaciones.
–El inconveniente es que por estos lares no hay muchos buitres, pero si hay muchos árboles que alimentar.
Dio un último trago de su vaso de leche. Busco entre los cajones de la mesa y sacó un cuchillo de montería. El reflejo de la luz subió desde las rodillas hasta los ojos de su rehén.
–Ha llegado la hora. 

Horas después el sol aparece por el horizonte y encuentra a Arthur removiendo la tierra. El viento, por su parte,  mueve las hojas de los sauces que están a su alrededor. Conforme va amaneciendo, Arthur termina de plantar un árbol. Ha hecho un gran hoyo para un árbol tan pequeño. Una vez trasplantado el pequeño sauce llorón, suelta la pala y bebe un trago de agua. Ha sido una noche muy larga, pero se siente satisfecho. Observa cómo su pequeño árbol crea ya una sombra en el suelo con los primeros rayos del día.
–Ahora tu cuerpo alimentará a este árbol que crecerá y dará sombra al lugar donde antes estaba ubicada mi casa. Tu alma se reencarnará en el guardián de los árboles y el bosque. Serás como las antiguas dríades cuidando del bosque, corriendo su misma suerte. Ese será tu castigo, en tu muerte cuidarás lo que en vida destruiste.

...Volvamos con otros asuntos más cercanos. Se ha paralizado la búsqueda del único senderista perdido en el bosque. Recordemos la noticia:
La desaparición de tres senderistas azotó la sensibilidad de los compañeros de afición, asi como la de toda la población ayudando a las autoridades a buscarlos. Días después fueron encontrados dos de ellos: John Smith y Joseph Menguele. Fueron encontrados en lugares distintos y claramente desorientados. Ninguno recuerda nada de esa noche ni de que fue de su compañero desaparecido Michael Moore.
Hoy las autoridades han dado por concluidas las labores de búsqueda del senderista. Nos cuenta más detalles, como siempre, Kiara Johnson. Adelante Kiara:
–Hola a todos. Tras meses de rastreo, sin ningún resultado, se procede a cancelar la búsqueda del cuerpo del único senderista que sigue desaparecido. Tanto las autoridades locales, como vecinos se han retirado de las montañas tras ver fracasada sus labores de búsqueda.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Buenas noches vida mía.

No quería irme a dormir sin dedicarte las mejores palabras. ¿Por qué?. Por lo de siempre. Porque no dejo de agradecer al destino que hoy, después de soñar tantos años, estés aquí sentada a mi lado.

Que desde que estoy contigo, has conseguido sacar lo mejor que tenía en mi interior. Jamás me ha faltado tu apoyo para ninguna de mis ideas por muy descabellada o infantil que pudiera ser.

Solo deseo corresponderte a todo lo que me das. Eso sí, te lo devolveré poco a poco, para que dure toda la vida y aún así estaré en deuda contigo.
 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Carta hallada en una botella

Sirva este arrugado papel para dejar constancia de mi existencia, a la vez que mi propio testamento y mi última voluntad.
Me llamo Edward, nombre que en el día de mi nacimiento heredé de mi padre y éste a su vez lo hiciera del suyo como un regalo que pasa de generación en generación sin que el tiempo transcurra por él.
He vivido tantas alboradas que mi mente, solidaria con mi edad, las difumina con los crepúsculos que contemplé. Aún mantengo entre mis recuerdos que muchos de esos amaneceres los compartiste conmigo.
He aquí mi escasa herencia:

Estos suspiros que escapan de mis pulmones sin mirar atrás, emulando a Orfeo en su huida del inframundo, mis exhalaciones serán donadas al viento para, quizás así, poder acariciarte una vez más.
Estas lágrimas, que arrojadas al mar como será este mensaje, se mezclarán con la sal que habita en estas aguas cristalinas.
Esta piel, en otro tiempo acariciada por la brisa y en ocasiones por tus manos, ahora ya marchita por la senda recorrida por el tiempo, la dejo en herencia a la tierra donde descanse mi cuerpo. 
Mis palabras las dispondré sobre este papel que como yo consiguió salvarse y solo espero que aguante más que mi propio aliento.
Es mi único deseo mi amor que, al recibir esta carta, sepas lo mucho que te anhelo.
Más triste que la soledad y la inevitable muerte, que sentada a mi lado espera que termine estas líneas, es no poder volverte a ver. 

Fdo: Edward Lane.



lunes, 15 de julio de 2013

La estación de los recuerdos (I concurso verano Abretelibro.com)

     El camino empedrado que habíamos elegido esa tarde era muy similar al de todos los días. Era lo que conllevaba la rutina, que todo acababa siendo igual. Sus ojos, observaban los objetos como si se tratara de su primera vez. Su forma de caminar se asemejaba demasiado a la mía, por algo llevábamos la misma sangre.


     –Mira estos árboles. ¿Ves como se mueven? Intentan quitarse el sombrero al vernos pasar y decirnos: «saludos caballeros, que tengan una buena tarde» –dije riendo bajo la sombra de los cipreses para que se sintiera más cómodo. Su silencio, siempre constante, hizo de telón sobre mis palabras.


     Nuestros pasos avanzaban más lento que el ocaso del día. El color rojo del cielo se iba apagando poco a poco mientras recorríamos la tarde, como cada veraniego atardecer. 


     –Ese color rojo del cielo es la forma que tiene el sol de decirnos hasta mañana. Si pudiéramos ver el mar, verías como se baña en él cada tarde. Ahora es turno de la luna, ¿la puedes ver? –Señalé a un punto del cielo con la mano consiguiendo que mirara y se quedara con la boca abierta– Cuentan que la luna es la amante del sol, que en los días nublados, cuando no podemos verlos, se aman sin nuestros ojos curiosos. ¿Cómo no amar algo tan brillante? Quizás todos buscamos algo que nos ilumine mientras recorremos este oscuro camino que es la vida, ¿No crees? –Seguía mirando al cielo, su boca era una exclamación silenciosa– Las malas lenguas dicen que sin el sol no brillaría la luna. Pero en el fondo tienen razón, cuando estamos enamorados brillamos más que nunca y la ella no iba a ser menos.


     Se oía ya cerca el agua cuando se cruzó una estrella fugaz en el cielo oscurecido. 


     –¡Mira, pide un deseo! –Apremié– Pídelo en silencio, si lo dices no se cumplirá –. Cerró los ojos muy fuerte, quería concentrarse. Cuando los abrió, pude ver como se le dibujó una sonrisa en los labios, era la mejor recompensa. 


     Tras llegar a la orilla, nos sentamos en el mismo banco de siempre, al que convergían todos los caminos. Los mosquitos aprovechaban este lugar para parar a beber. 


     –Aquí en la superficie del estanque, es donde alisa su brillante pelo, donde se pinta los ojos y los labios para que el sol la vea más guapa–. Le explicaba mientras el reflejo de la luna ondulaba en la superficie del agua, donde también se podían ver algunas estrellas si el cielo estaba despejado– Si te fijas bien, las estrellas cuchichean con la luna, ríen y se cuentan secretos al oído para que no las oigamos, que coquetas son ¿Verdad?


     A pesar de su silencio su mirada era muy expresiva, observaba con una gran curiosidad. Nada escapaba a su interés. A veces lo veía cerrar los ojos, sentir como el viento le acariciaba la cara y le susurraba al oído el sonido de los pájaros. Me encantaba verlo así.


     Regresamos por el mismo camino empedrado, le hacía sentir seguro. A nuestra espalda quedaron los árboles con su insinuante movimiento, el viento compartiendo secretos entre susurros, las estrellas jugueteando con la luna y los insectos que son constantes en esta estación. 
Atrás quedaron nuestros pasos de una tarde veraniega y delante de nosotros, como el inapelable otoño, la puerta donde nos esperaba su cuidadora María.


     –No sabes el bien que le hace pasear contigo y que le cuentes esos cuentos que solo tú sabes –dijo tras darnos sendos besos y cogerle del brazo.


     –Sí, ya lo veo –contesté con la cabeza baja–. Ya no recuerda que fue él quien antes me llevaba de la mano por caminos como éstos, quien me narraba estas mismas historias que ahora le cuento cada tarde. 


     –Lo siento pequeño, la vida no perdona –dijo mientras me miraba directamente a los ojos–. Seguro que conoces la frase «Paren el mundo que yo me bajo aquí». Piensa que en algún momento de su vida decidió que se bajaba aquí, que ser adulto lo superaba y se convirtió en el niño que anhelaba ser. 


     No tuve más remedio que mirarlo. Sus ojos me observaban como antes, perdidos entre la oscuridad de la tarde.


     –La vida es un ciclo hijo mio. Ahora nos vamos a descansar. ¿Volverás mañana con nuevos cuentos? –Solo pude asentir con la cabeza. 

     Como cada noche lo vi entrar en el edificio. Daba pequeños pasos mirando hacia atrás para verme de reojo. Como cada noche mi alma se rompía en pedazos para volverse a componer al llegar el siguiente atardecer.

sábado, 8 de junio de 2013

Para Cielo (Otro más del baúl de los recuerdos)

Llegado ya a mi actual edad, fui consciente que por mucho tiempo que estuviera cavando, jamás encontraría el tesoro prometido de tantas historias que nos contaban de niño.
        Como pasa a veces cuando cesamos en la búsqueda de lo anhelado, tropezamos de bruces con los que buscamos, quizás estaba ahí antes y no lo viéramos o quizás al salir del foso cavado  empezamos a mirar para otros lados.
        Te sentía, te observaba de reojo, podía ver el calor que la llama encendida en tus ojos calentaba cierta esperanza. Ciego de mí, que no me di cuenta de la luz que alumbraban tus ojos hasta que poco a poco observé que mi corazón aprendió a latir al mismo ritmo que el tuyo.

        Y en noches tranquilas y silenciosas como esta, si escuchas bajito se oyen unas notas, en forma de dos corazones latiendo, que juntándolas se puede identificar una hermosa melodía. Una melodía que solo podemos oir tu y yo cuando juntamos nuestros corazones. Daría lo que fuera, todo lo que tengo para seguir oyendo esa melodía que nos destina a compartir por siempre jamás nuestros corazones.

martes, 4 de junio de 2013

Desde mi cielo (antes de que todo empezara)

DESDE MI CIELO
Ahora que la luz del sol ya no alumbra,
ahora que las luciérnagas iluminan mi habitación.
Ahora que las ánimas regresan al monte a jugar,
y las brujas se reúnen para conjurar.

En ese momento se convierte en mi aliada,
ya que cuando salga el sol, todo estará lleno,
lleno de recuerdos que sólo la imaginación conoce.

No importa la distancia, no existe el tiempo,
solo necesito saber que estás ahí
saber que nuestra amistad recorrerá océanos de tiempo.

Quisiera...
Quisiera ser noche, niebla eterna, para poder albergar
todos los pecados que mi corazón se niega a perpetuar.
Quisiera...
Quisiera poder recordarte para no tener
que volver a imaginar.


Gracias cielo.                                     

martes, 7 de mayo de 2013

A tí

Se oye por las noches un rumor, un quejido de dolor.
Unos dicen que es el viento, que rabioso de no poder acariciarte mas el pelo se fue a silbar entre los arboles más altos.
Otros dicen que es fruto del mar que, cansado de ver que ya no te sumerges sola en él, choca contra las rocas intentando romperlas.
Hay quien asegura que ese quejido lo produce el fuego de nuestra hoguera que, frustrado por no necesitar ya más su calor, se deshizo en cenizas al alba.
Pero ese doloroso rumor es el llanto de la soledad que, frustrada de vernos juntos caminar, deambula sola por los rincones sin dejar de llorar.




VIII Concurso de relatos Abretelibro.com

Gallows


La oscuridad inunda el vacío que dejó la luz en esta apestosa celda. El plato de la cena sigue justamente donde anoche lo dejó el guardia, pero a diferencia de entonces está vacío. No, no pienses que soy yo responsable de la ingesta de sus alimentos que con nocturnidad y alevosía me robaron dos ratas. 


Un dolor que me recorre toda la espalda me impide siquiera intentar levantarme. Quizás el montón de paja, que hace las veces de cama, sea el responsable de mis quejas. Decido, mientras me sacudo los restos de paja de la ropa y el pelo, quedarme sentado con los ojos cerrados un rato más.

Oigo pasos cerca de mi celda, será el cambio de guardia, pensé. Al despertar presiento dos ojos observándome bajo toda la oscuridad de la celda.

- ¿Sabes quién soy?. - Preguntó una silueta. Mi cara de desconcierto me delató. - Quizá te sea desconocida mi voz, pero después del toque de campanas no serás capaz de olvidarla.

- Tienes razón. - Respondo con la garganta seca por la sed. - No sé como te llamas, pero sí sé quien eres. - A pesar de que no podía ver la cara de la silueta, pude notar sorpresa en su voz. 

- ¿Lo dices por ésto?. - Dijo levantando la capucha que llevaba en la mano derecha. - Lo volverás a ver más tarde. Cuando lo lleve puesto serás mio.

- ¿Qué has venido a buscar aquí?. - No puedo verle bien, pero lo intuyo alto y fuerte, como si tuviera que levantar la vista para poder mirarlo a la cara. 

- Lo único que quería era ver tu miedo. Esta tarde te dejaré en manos de Dios, te llevará a dar un paseo lento y doloroso hasta el infierno. Durante todo el camino, que se te hará eterno, se abrazará a tu cuello tan fuerte que no te dejará respirar por más que lo desees.

- Te veré más tarde, - siguió. -cuando te traigan a mi reino: el patíbulo. - Nada más terminar de hablar, me escupe a la cara y ríe mientras se va hacia la puerta de salida.

Al salir, intercambia unas palabras con los guardias. Lo único que puedo escuchar con claridad entre las risas es el deseo de mi visitante es que no me den agua bajo ningún concepto. Acto seguido, aún riendo, se acerca uno de los guardias con lo que parece un plato en la mano. Ese puede que sea mi último desayuno, pienso mientras el guardia cambia un plato por el otro. Al ver que está vacío, me mira con cara burlona.

- Veo que anoche tenías hambre ¿eh rufián?. Esa comida no se la comerían ni las ratas.- Ríe tras hablar, me cambia el plato y vuelve a su puesto. El olor de la comida se expande por toda la celda atrayendo a las ratas otra vez. Se me revuelve el estómago buscando algún alimento que vomitar, al estar vacío me retuerzo de dolor.

Me cuesta dormir, en mis sueños soy libre para poder pasear por prados verdes, para llevar a mi hijo a hombros, enseñarle a cazar conejos, a usar la espada y a luchar cuerpo a cuerpo. Vuelvo a casa, pero ésta vez no me detienen. Los recuerdos me traicionan, solo hacen llamar a mi puerta para que salga a jugar con ellos. ¿Cómo les explico que sus juegos me hacen tanto daño?.

Aún intento rememorar, sin éxito, cómo logré incrustarle ese palo en la cabeza a ese desgraciado al ver que intentaba aprovecharse de una niña. Cayó al suelo de inmediato, no le dio tiempo siquiera a verme. Pensé que se habría desmayado, en seguida me di cuenta de que estaba equivocado. Me agarraron por detrás inmovilizándome, no puse resistencia alguna. La gente se amontonó para observar la escena, llenos de curiosidad por ver al borracho desangrarse y cómo me llevaban preso, ¿Dónde estaba esa misma gente, cuando esa chica tanto lo necesitaba?.

Pasa el tiempo, tan sosegado que hace contraste con mi inquietud, con mis ganas de que todo sea solo un recuerdo ya. Los minutos se amotinan ralentizando la caída de la arena en el reloj.

- Ha llegado tu hora. Espero que Dios sea piadoso contigo y deje que tu muerte sea rápida, porque te aseguro que será dolorosa. - Recibo sus palabras con los ojos cerrados. Si en realidad existe un Dios, ¿por qué permite que ésto ocurra?. Voy a entrar y no quiero ninguna jugada por tu parte, de ser así no llegarás al patíbulo. Te ataré las manos y vendrás con nosotros.

Sigo con los ojos cerrados cuando entran en la celda, sólo quiero recordar a mi hijo, esos prados verdes de mis sueños. Me llevan con las manos atadas y sujeto por un guardia a cada brazo, apenas toco el suelo, ojalá pudiera volar. 

Recorro mis últimos pasos con la cabeza baja entre tinieblas y oigo la gente con sed de sangre. Intento por todos los medios mantener mi compostura, hasta el instante que veo la sombra de la soga y su nudo inconfundible, si no fuera por los guardias habría caído de rodillas.

Subiendo los escalones vuelvo a ver la capucha que me visitó esta mañana, esta vez está sobre el cuerpo de un hombre, esperándome, y podría decir que debajo de ella había una sonrisa. Nada más llegar arriba, el verdugo me tapa los ojos, no recuerdo cual fue mi última imagen, ahora da lo mismo.

Siento una soga abrazarse a mi cuello y apretarse contra mi nuca, con fuerza. La aspereza me hace daño al respirar, como una introducción al concierto que me tiene preparado la muerte. Mis pies de repente están en el aire, caigo al vacío. Me agarran por el cuello, no puedo respirar, por mucho que abra la boca el aire no llega a mis pulmones. Mis fuerzas poco a poco van menguando, lo noto, pero sigo luchando por una bocanada de aire, aunque solo obtengo oscuridad...


...


...


...



...Todo está muy oscuro, como cuando abandoné la vida, ya no tengo opresión ni tengo esa necesidad imperiosa de respirar...


...Oigo voces, tan cerca...


...-¡Milagro¡, ¡Milagro, ha movido una mano!- y tan reales...


...Solo quiero descansar, ahora que ha pasado todo, pienso y me enfado por no haber pensado en mi hijo en el último momento. Mi único deseo es respirar, aliviar esa presión en el cuello que me ahogaba...


... - Parece que tiene pulso, y tiene aliento, ¡Milagro!, ¡Milagro hermanos! - Oigo la voz de una mujer...


... ¿Aún puedo oír lo que pasa a mi alrededor?, ¿Dónde estoy?...


... -Tranquilo hermano, estamos aquí para cuidarte, no temas. - Dice una silueta femenina dirigiéndose a mí...


...La luz me ciega, pero pronto puedo distinguir unas siluetas difuminadas, ¿acaso serán ángeles que me dan la bienvenida?...


Pero, ¿sigo en la tierra?, mis ojos tardan en adaptarse a la luz. Nada más abrirlos veo un féretro y un montón de gente que me rodea y me mira sorprendida. ¿Sigo vivo?, no puedo creerlo, que ha pasado, ¿acaso me han salvado?. Las siluetas que confundí con ángeles, se han convertido en hermanas de la caridad que se encargan de los cuerpos después de las penas de muerte. Me dirigían al féretro pensando que había abandonado este cuerpo. 

- Ahh.- Consigo decir -Aguaaa – más un susurro ronco que una voz humana. 

Una de las hermanas me acerca a la boca un vaso y me lo bebo de un trago, la mitad ha ido a parar por mi cuello, que al entrar en contacto con las heridas que me ha dejado la soga, me escuece, pero lo único que consigue es que me sienta vivo, ¡vivo!.

Se oye a la multitud murmurar sobre mi, unos piden a gritos que me vuelvan a ejecutar. Las mujeres me miran con pena, no se atreven quizás a hablar por haber tanto hombre delante. 

- Señor Juez, no hay derecho, este hombre debe morir como su víctima lo hizo. - Dice una voz entre la multitud.

Miro a mi alrededor y veo con miedo el patíbulo, con el verdugo en lo alto, mirarme fijo, incrédulo. Bajaba los escalones en mi busca, como quien acaba de encontrar al demonio hurgando en su jardín. 

- ¡No, clemencia hermanas, clemencia!. - Hubiera gritado si mi voz no sonara tan ronca.

Nada más llegar a mi lado me golpea con su puño en mi estómago. Sin tiempo para llegar a doblarme, me vuelve a golpear pero esta vez en la cara tumbándome en el suelo. Me agarra del pelo apremiándome para que me levante y llevarme de nuevo a la soga. De entre el público se oye una voz que hace callar a todas las demás.

- ¡Alto señores! - Es la voz del Juez que condenó.

El silencio ocupó su espacio entre la multitud, se le veía pasear desde el fondo hasta que llego a la primera fila para observar mejor la escena. El juez se acercó a nosotros, y recé para pedir que por favor no me ahorcaran otra vez. 

- Este miserable ha cumplido ya la pena que le fue impuesta. Ha sido ahorcado, por lo tanto ahora es libre. 

La idea no pareció gustarle a la multitud tanto como a mí. Podía oír sus deseos de muerte que solo consiguen que quiera huir. Los ojos del verdugo estaban inyectados en sangre mientras me empuja la cabeza y caigo de rodillas delante del juez. 

- Sólo hay una condición que pongo a tu libertad y a tu vida. - Prosiguió el juez. - Serás desterrado de este pueblo y los cercanos. En caso contrario no habrá indulto posible para que vuelvas a subir a ese patíbulo. Ahora los guardias te ayudarán a llevarte a los límites del poblado y espero no volverte a ver jamás en la vida. ¿Entendido?.- Concluyó el juez.


- Entendido, gracias señor.- Conseguí decir con mi ronca voz, tocándome las heridas que me harían recordar la escena.

La multitud abrió un pasillo para dejarnos paso a los guardias y a mí. Mis pasos eran tan lentos como cuando me llevaban a la muerte, pero ahora mi mirada solo buscaba la libertad.


- Dados los hechos ocurridos, solo veo un culpable.- Empezó a decir el juez a mi espalda, obteniendo otra vez la atención del público. -No es posible que ésto vuelva a ocurrir y la única solución que veo plausible es que sea condenado el verdugo, por su falta de profesionalidad y dejar un condenado vivo. ¡Guardias, detengan a ese señor!

Hacen falta tres guardias para que la detención del verdugo no resulte inútil. Lo conducen al patíbulo con las voces de la gente, que hoy verán dos ajusticiados cuando esperaban a uno solo.

Pedí a los guardias que aceleráramos el paso, aunque una parte de mí quería ver la ejecución, otra más imperiosa solo deseaba llegar a casa para poder abrazar a mi hijo.



miércoles, 1 de mayo de 2013

Relato publicado en "Saborea la locura" del MADTerrorFest 2013


HELLS BELLS

Tarde del 11 de noviembre de 1899. Parece que la oscuridad tiene prisa por llegar. El sol bosteza en el horizonte y la noche le gana la batalla al día. Las calles se llenan de soledad y de tal silencio que casi se puede oír como golpea la nieve en la tierra.
Mientras, James H. cierra las puertas del camposanto. El chirrido de las puertas recuerda a los últimos visitantes que si se despistan quizás las ánimas que allí habitan vengan a pedirles limosna. A sus 68 años, con más de 30 a sus espaldas entre esos muros desde que llegó con su padre, está convencido de que su labor es la de guardar la paz de los muertos y en ocasiones la de los propios vivos.
Cerradas ya las puertas del cementerio, nuestro sepulturero camina despacio por las calles, retira flores secas de los nichos y algunas tumbas. Parece como si llevara el peso del mundo encima de sus hombros. Acelera el paso para evitar gastar otra vela, se hace de noche, y empieza a tener frío.
Un sonido cruzó la oscuridad hasta atravesarle los oídos, el leve tintineo de una campana le erizó la piel. Era imposible, ese día no habían enterrado a nadie, pensó. Encendió una vela y salió buscando el origen de aquel sonido imposible. Con el candil en una mano y la pala en la otra, pues ese ruido solo significaba una cosa, recorrió las calles alumbrando las lápidas llenas de nombres que ya nadie pronuncia.
Persiguió el sonido por el laberinto de lápidas hasta una tumba que disponía del nuevo invento belga, el detector de enterramientos prematuros. Sin pensarlo más, empezó a arrancar la tierra del suelo, de fondo la campana no dejaba de sonar, la ansiedad y el peso de la pala hacían que le dolieran los brazos y que su respiración se entrecortara. Sólo podía pensar en salvar la vida a ese ser humano que había despertado en medio de la oscuridad, sin apenas aire que respirar ni espacio para poder moverse.
Apartaba la tierra mientras que la nieve intentaba obstaculizar su deseo. Parecía que jamás iba a aparecer nada que no fuera tierra y nieve. De pronto, notó una superficie dura, sintió la caja de madera que le separaba de la víctima. Tiró la pala para acabar de retirar con sus manos, las que en su día fueron las primeras paladas de tierra que taparon la caja.
Gritaba, y no dejaba de hablar para que supiera que estaba ahí, encima de su caja, que lo iba a sacar de su calvario. Consiguió abrir la caja, no sin esfuerzo ya que tenía las manos ensangrentadas y llenas de tierra. Cuando cogió el candil alumbró el interior del ataúd, recorrió la caja de arriba a abajo con el candil. Sus ojos buscaban un atisbo de vida, buscaban pero no hallaron más que un fúnebre vacío.
No es posible , se repetía mientras alumbraba hasta el último rincón, he oído sonar la campana de este maldito invento ¿Cómo es posible?, ¿Acaso me estoy volviendo loco?. Salió del agujero desconcertado, se limpió la tierra de los brazos y del cuerpo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que con la prisa de sacar al enterrado, no se paró siquiera a ver la lápida. Al verla leyó:



James Herbert Oz
16/1/1831 – 11/11/1899


¿Quién le gastaba esta broma macabra?. Su cerebro se paralizó del horror, en un segundo que parecieron mil años. La respiración parecía haber dejado de existir, los ojos se negaban a ver lo que estaban mirando, las manos dejaron de ser suyas y el candil se hizo añicos contra el suelo. Las piernas se bloquearon ante la idea de huir cuanto antes.
Cuando el cuerpo le respondió, la respiración parecía quemarle la garganta, su mirada solo buscaba cualquier sitio lejano de allí.
Corrió cuanto pudo por las oscuras calles llenas de lápidas, sorteando, agónico, obstáculos que se interponían en su huida hacia la salvación. El sudor recorría todo su cuerpo y la sensación de pánico se adueñaba de sus pensamientos. Un aliento helado le seguía de cerca nublando todos sus sentidos.
Resulta curioso lo frágil que es a veces nuestra vida, sólo hace falta un segundo para acabar lo que nos ha costado tanto alcanzar. En ocasiones un descuido, un despiste o como en este caso, un tropiezo pueden acabar con los latidos de nuestro corazón.
Una piedra se interpuso en su camino. El resultado fue fatal, la pierna le dolía tanto que no podía siquiera ponerse en pie. Se vio obligado a arrastrar su cuerpo para intentar llegar al calor de su caseta. Deseaba con todas sus fuerzas tener una campana como la que había oído momentos antes, para llamar la atención de alguien. Sabía que aún así sería casi imposible que alguien le oyera.


La nieve caía sobre su cuerpo. Las manos le dolían a causa del frío y poco a poco ese dolor se extendió por el resto del cuerpo, tal y como hacía un momento lo había hecho el miedo.
Fue una mañana blanca, la primera nevada del otoño cubrió los perfiles de la ciudad. Cuando el sereno encontró a James solo vio una mano que sobresalía de la nieve y sujetaba, cuál tesoro, una campana dorada...




lunes, 25 de marzo de 2013

XVIII Certamen Literario Cartas de Amor Villa de Mijas


En algún lugar de tu mente a 25 de marzo de 2013

          Querido Papá:

          Por fin me decido a escribirte, a dedicarte las palabras que debería haberte regalado en su
momento, pero el momento siempre es ahora y no cuando uno lo desea ¿no crees?.
Ha tenido que pasar mucho tiempo lo sé, un tiempo que jamás volverá a llamar a la puerta
para que salgamos a jugar con él. Pero seguro que vendrán más visitas que podremos aprovechar,
pero sin reproches, lo prometo, porque de nada sirve ya mancharnos con el barro que entraba en
casa en el pasado, de nada sirve ya.

          Hoy, la mente que habita en tu cuerpo, cada día se parece más a la de un niño pequeño al que
le ha quedado grande su coraza de adulto. Pero necesito pensar que una pequeña parte de ti sigue
ahí, perdido entre las lagunas que fluyen por tu memoria. Que ese náufrago recibe este mensaje sin
botella y sabrá ver que entre las lineas de esta carta anidan un perdóname, o un te quiero papá tal
vez, aunque lo más seguro es que se aloje un por más que debiera odiarte, soy incapaz de dejarte de
querer.

          He conseguido reunir palabras junto al coraje para apartar la niebla que la rabia deja a su
paso. Esa fiera que hay que domesticar si queremos vivir en sociedad. Como te decía, he rejuntado
letras para que hacerte saber que me he dado cuenta, a lo largo de los años lejos de ti, que siempre
has sido como un padre para mí.

          Un saludo y un abrazo y gracias por todo.



P.D.
          Sigo buscando un Espinete de goma como el que me regalaste de niño, ¿recuerdas?,
comprendo que no sepas de que te hablo. Estoy deseando de encontrarlo para poder decirte “cierra
los ojos y pon la mano”, como aquel día me hiciste tu a mí.


domingo, 10 de marzo de 2013

Mi deuda contigo


No quería irme a dormir sin dedicarte las mejores palabras. ¿Por qué?. Por lo de siempre. Porque no dejo de agradecer al destino que hoy, después de soñar tantos años, estés aquí sentada a mi lado.

Que desde que estoy contigo, has conseguido sacar lo mejor que tenía en mi interior. Jamás me ha faltado tu apoyo para ninguna de mis ideas por muy descabellada o infantil que pudiera ser.

Solo deseo corresponderte a todo lo que me das. Eso sí, te lo devolveré poco a poco, para que dure toda la vida y aún así estaré en deuda contigo.